Camino tres horas seguidas, porque todavía puedo. Camino para sorprenderme, sin un destino, a lo sumo una frase: rumbo al oeste. Escribo pasos. Dos cuadras bajo plátanos, otra al sol relumbrando, otra cubierta de hojas del otoño, otra de casas bajas y radios altas. Escribo sin un destino, me llevan las palabras con su arrastre de sentido, me dejo llevar lo más alerta que puedo. Olvido lo que sé o lo que sé se olvida de mí y se entrelaza con lo que llega. Escribo en presente. Camino en presente. Y a veces vienen ecos que andaban resonando por ahí. Zigzag. Tejido de pasos en el vacío. Escribo sin ideas previas, las ideas surgen ahí, caminando. No estaban, existían sólo como promesas encerradas en el pie que duda. Escribir como un ciclo vital, salir y andar y transformarse. Fuera del gimnasio sin sorpresas, las máquinas sin hojas, los géneros gastados. Caminar y escribir, hasta que pueda. Descubrir lo que había en mí y no sabía. Por ejemplo en una de las caminatas encontré una oruga en la vereda, en otra una tetera en el cielo, en otra pensé que quería sacar una revista literaria que se llamara Desconocida, un poco como homenaje a esta disposición particular para perderse y encontrarse con uno y con los otros en este viaje de la escritura y de la vida.