Cuentos
Año de publicación
2014
Cuentos propios y de autores varios, integrantes del taller de Mariano Fiszman.
Frutos
La pieza era triangular y nosotros éramos tres, uno en cada punta. Creo que surgimos del piso, como si hubiéramos crecido de pronto de una semilla. Al brote de mi izquierda lo odié desde el principio. Al otro, que estaba a la misma distancia, lo imaginé taciturno y tímido por lo retorcido de su postura; nos miraba con la cabeza inclinada y con un ojo para cada uno. Su estrabismo contrastaba con la firmeza de sus piernas, que se hundían en el piso como troncos de roble. Gemía. El de mi izquierda le gritó que se callara. Yo les pregunté sus nombres. El odiado se llamaba Agudín, el otro, Esquinazo. Las paredes de la pieza eran muy elevadas y si hubiéramos podido saltar no habríamos alcanzado ni la mitad de su altura. No tenía techo y yo me alegraba mirando las nubes que volaban muy rápido arrastradas por el viento. Justo arriba mío una rama de un naranjo se doblaba por el peso de una veintena de naranjas maduras; y en el piso, esparcidas sin lógica, había decenas de ellas; algunas ya marrones y otras, pocas, con el brillo de una joya que buscara dueño. Quise agarrar la mas próxima. Me acosté en el piso y me estiré lo mas que pude; pero yo no había crecido muy alto y mis dedos arañaron el aire. Esquinazo tuvo mas suerte, aunque para alcanzar la naranja tuvo que caer en el piso porque sus brazos no lo sostuvieron. Lanzó la cáscara al medio del triángulo. Agudín era el que mas naranjas tenía cerca. Comió tres frutas mientras me miraba; la cuarta me la tiró a la cabeza. Le agradecí. Tenía un gusto agrio y parecía ser el fruto de una cruza con pomelo. Le saqué hasta el último pedazo de pulpa.
Luego comenzó a llover. Me di cuenta que llovía de costado porque Agudín se mantenía seco gracias a la pared que lo protegía. La tierra se aflojó y pude, con dificultad, mover los dedos de mis pies. Los demás intentaban lo mismo. Cuando los pies se nos liberaron saltamos todos hacia el centro, golpeándonos los cuerpos. Nos reímos. Desde ahí las esquinas en que habíamos nacido se veían muy oscuras, y no podíamos creer que aquellas fueran nuestro refugio. A Esquinazo no se lo veía tan mal, incluso, a falta de perspectiva, lo notaba mas erguido. Agudín fue el de la idea de armar la torre. Yo, el más robusto, me establecí como base; arriba se me subió Esquinazo, y su forma desigual nos sirvió de plataforma para que Agudín pudiera alcanzar la rama. Subió reptando y a su paso cayeron muchas naranjas. No volvió. Con Esquinazo calculamos nuestras alturas pero comprobamos que no eran suficientes. Intenté enderezarlo sentándome en su espalda pero era como un promontorio de piedra que solo la acción del tiempo podría gastar. Cuando me levanté descubrí que ya se había comido tres naranjas. Lo golpeé. Cada uno se fue a su rincón. La tierra se secó por el sol que estaba en el cenit. No nos movimos mas. Mis dedos se hundieron buscando la humedad que se iba.